jueves, 30 de octubre de 2025

Sol

Iluminaste por primera vez mis zonas internas que antes estaban en sombra, y las amaste en su imperfección, aún con todo el dolor que irradiaban y te alcanzaban. Lo más hermoso es que me enseñaste a perdonarlas y a amarlas también.

Hubo un antes y un después cuando ahuyentaste al invierno con tu llegada; y también cuando dejaste de estar, trayendo un invierno distinto en la ausencia de tu calor. No quería dejarte ir, pero sabía que mi necesidad de ti era tan inmensa que te estaba eclipsando, te apagaba. Y decidí irme yo, con la esperanza de que quisieras seguir brillando para mí si me convertía en mejor persona. Creo que lo hice, pero demasiado tarde. Volví a tu sistema, pero ya no había sitio para mí. 

Aun así, tu luz dejó huellas en las órbitas que vinieron después. Ha seguido irradiando sentido...aparecieron otras estrellas: amores nuevos, amistades, duelos y reencuentros...pero la tuya es una presencia innegable en mi memoria, incluso en mi identidad.  Fue mi verdadero nacimiento: mis ojos se abrieron y aprendieron a mirar, mis brazos aprendieron a abrazar y después a soltar...nació en mí el deseo, y el lenguaje que lo supo nombrar.

Por eso sigo esperando al día en que tu sistema se reconfigure, en el que pueda orbitar cerca de ti...en el que nuestra conexión sea más profunda, donde yo sepa acompañarte sin opacar tu luz, sino reflejándola. No es nostalgia, es fidelidad. La espera no es dura por las estrellas fugaces que veo pasar, no me importan...es dura por el frío que hace desde este lado del espacio. Sé que podré resistirlo, es parte de mí vivir en las sombras y estudiar quién soy ahí; en mi parte no iluminada, la espera es resistencia y lucidez. Pero te echo mucho de menos.  

Simplemente tuya

-Luna





 


lunes, 27 de octubre de 2025

Jaula de oro, cuerpo de vuelo


Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien

(...) la única libertad que me exalta,

la única libertad por que muero.

Tú justificas mi existencia:

si no te conozco, no he vivido;

si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido."

¿Cuántas veces plasmé estas palabras de Cernuda? En mi cuaderno distraídamente, en las paredes sintiéndome toda una delincuente, e incluso en mi piel el primer verso...sin saber que sería mi jaula de oro por más de una década. Era mi forma de no habitarme, porque tenía pavor a las sombras que residían ahí, a sus lamentos que hacían eco cuando me quedaba en silencio. Había que intentar gozar el sometimiento. 

Y a cambio preferí no ser persona: ser un llaverito en las maletas, yendo a donde fuera; ser un adorno en una casa de por sí desbordada de objetos, y que de cualquier forma se seguía sintiendo fría y vacía; ser un pañuelo de lágrimas, y un almohadón apuñalado sólo mirando mis plumas salir a borbotones; ser una muñeca de porcelana, tan inexpresiva que no sé cómo servía de muñeca sexual. El deseo propio dolía en su exigencia...dolía en su imposibilidad.

Preferí tomarme cuatro, cinco, seis tragos de tequila que me ayudaran a tragar la vergüenza, la humillación, y así quedarme calladita y más bonita. Preferí llenar mis pulmones de humo, para adormecer el dolor de cada golpe recibido, o al menos sentir que se iba todo hacia un sólo lugar. Preferí tomarme el triple de la dosis recetada por el psiquiatra, para así fingir que no me había dado cuenta de esas declaraciones de un deseo y de un amor que yo llevaba un tiempo sin recibir...tenía miedo de salir, porque eso implicaba entrar en mí. Mi cuerpo era el campo donde se libraba la guerra entre lo que sabía y lo que no quería saber.

Pero Bunbury mintió cuando dijo que te puedes a todo acostumbrar. En algún momento sí deseas vivir en vez de sólo sobrevivir...y entonces, me fui. Crucé una madrugada esas avenidas solitarias dejando atrás esa casa embrujada que, él dijo, era el único sitio que tenía. Crucé la cancha y el gimnasio en la que destrocé mi estómago y mis tendones tratando de construir un cuerpo que complaciera a sus ojos insatisfechos con todo. Me limpié las lágrimas, me levanté de la banqueta, y crucé la puerta de casa de mamá sabiendo que, a él, quien tantas veces me había consolado, no le había importado ser el causante de estas. 

Había que arriesgarse. 

Quizás el precio a pagar por mi libertad ha sido la soledad, y ella les dio un megáfono a mis sombras, a mis miedos, a mi realidad presente con todo lo que no he logrado aún, con todo lo que no soy. Puedo ver en mi propio reflejo el peso de mis actos, enroscándose contra mi cuello y gritando: no mereces respirar. Puedo ver mis espinas, he intentado arrancarlas...siempre hay más. Es una lucha que a veces ya no quiero, con la que ya no puedo...pero aun así sigo peleando:

"¿Quieres ver que sí?", le escupo a esa serpiente con el oxígeno que me queda.

Ahora que he limpiado un poco los tallos, mariposas y catarinas andan danzantes sobre ellos. 

Ahora me habito, y mis piernas se recuperan para comenzar a subir las montañas que siempre he querido escalar.  Mi cuerpo es mi territorio, y mi viaje.

Ahora me habito, y mi placer es mío y de nadie más. Sé mirar la belleza en mis ojos cansados, en mi piel pecosa libre de maquillaje, porque ya se hartó de las apariencias...en mi vientre, que ya me da igual que sea totalmente plano, porque me causa más ilusión algún día resguardar un pequeñito ser ahí. 

Ahora me habito, y decido escuchar a las sombras: tenían mucho que contarme, tengo mucho que aprender de ellas.

Ahora me habito, y entre la oscuridad se abren deseos luminosos, algunos cumplidos y muchos otros por cumplir. 

Ya no estoy presa en alguien: estoy viva en mí.




miércoles, 22 de octubre de 2025

Dulce egocentrismo

 Añoro la infancia y su dulce egocentrismo. 

Extraño ir con mi padre al museo y sentir que me está revelando la verdad del universo mientras él sólo lee en voz alta las descripciones que aún yo no sé leer. Extraño sentir la seguridad de su mano enorme cerrándose sobre mi pequeña mano y caminar en piloto automático mientras él me lleva por el camino aparentemente correcto.

Extraño que mi abuela troce una ramita de lantana para obsequiármela mientras vamos caminando al mercado, porque eso significa que me encuentra igual de bonita que la virgen que tiene en su vestíbulo...además, a la virgen le llevaba flores blancas y aburridas, estas lantanas de la vecina son vibrantes. Extraño cuando ella estaba, antes de la muerte llegara a mi familia.

Extraño correr a abrazar a mi mamá a cada salida del colegio, y decirle que me aburrí horrores sin ella, y comer dulces al por mayor, juntas, sin pensar en todas las enfermedades que eso traerá a largo plazo. Extraño esos tiempos en los que no discutía con ella por cuestionar sus métodos, o ella los míos...todo era sencillo entre nosotras, todo fluía: éramos mejores amigas. O tal vez ese puesto lo tenía mi hermana, a ella sí le hablé sobre cuánto me gustaba Girard y cuánto me dolió el accidente que acabó con él...no supo qué decirme, pero me ayudaba a olvidar con las aventuras de nuestros perritos de peluche.

Extraño la libertad de correr entre los aspersores y la luz del sol con mis primos, lo fuertes y sanas que eran mis piernas, como podían llevarme a otros mundos sin la necesidad de refugiarme vagamente en las letras o en la música. La música llegó a llenar el pesado silencio que se plantó en mi familia desde el día que acabaron los novenarios por abuelita; los libros, cuando la mente de mi hermana se volvió su propia enemiga y estaba demasiado ocupada peleando con ella como para conversar conmigo. 

También echo de menos cuando las noticias en la televisión no significaban nada; me molestaba su ritmo acelerado y sus ruidos estridentes, pero el contenido me daba lo mismo. Bastaba con cambiar de canal a las caricaturas, cuando mi mamá se distraía: era como correr una cortina con patrón de corazones para no ver la realidad horrible afuera de la ventana. Ahora esa realidad vive en mi mente, entre a Twitter o no, me informe o no...y es doloroso haber fracasado en mostrarla. Me avergüenza haber renunciado a ser periodista: dije que al saber el poder sanador de las palabras me declinaría por Psicología, pero si soy sincera...tenía miedo. Ganó esa niña pequeña que quería correr las cortinas, sin contar que el horror ya lo llevaba dentro porque esa realidad ya la había arañado e infectado.

Creo que lo que más echo de menos es esa creencia de que todas las personas son buenas, incluyéndome. Cuando era más joven me parecía innecesaria esa pregunta de si nacemos malos o la sociedad nos vuelve malos...ahora no pienso en otra cosa. Qué jodidamente difícil es ser bueno, bueno de veras. 

Es fácil ser bueno cuando solamente debes seguir lo que socialmente se espera, pero es tremendamente complicado cuando quieres ser bueno según tus propios criterios. Por ejemplo, es más fácil ser diplomático que ser honesto...es más fácil ser exitoso profesionalmente que en los vínculos. 

Es fácil ser bueno cuando todos te están viendo y temes una represalia, pero ser bueno cuando el anonimato o la libertad de la soledad te desencadenan, es muy difícil. Es más fácil no fallarle a los demás que a ti mismo y a lo que en verdad crees.

Echo de menos cuando creía que la maldad era un hombre de piel roja y cuernos, a miles de millones y millones de kilómetros bajo Tierra. Antes de descubrir que puede estar en mis palabras, que tanto deseo usar para sanar, o en la indiferencia y el egoísmo recién descubiertos en la persona que más admiraba por su lealtad y su entrega. 

Echo de menos estar a salvo de la frustración por todo el dolor que no puedo sanar ni evitar. Añoro esos abrazos que mágicamente me hacían sentir protegida de todo mal, aunque en el fondo sabía que había algo más poderoso acechando fuera. Extraño reinar mi pequeño mundo de flores, peluches, dulces, estrellas a mi alcance en el planetario...e ignorancia. 

Y al extrañar todo esto, me permito ser un poquito mala antes de atreverme a enfrentar sin anestesia el miedo, la decepción, la renuncia. 

 






martes, 21 de octubre de 2025

No busco absolución, sólo verdad

No sé cuántas más veces necesitaré escribirte. Tal vez muchas más, porque me consta que mis palabras no llegarán a ti y una parte de mí sigue necesitando que sepas cuánto lo lamento. Espero que algún día lo sepas, de alguna forma, aunque jamás me atreveré a decírtelo de frente. No tengo cara para hacerlo: necesito respetar tu dolor.

Lamento todas las veces que él pronunció mi nombre cuando debía pronunciar el tuyo. La verdad es que es precioso, y significa justo lo que eres, mujer valiente.

Lamento todas las veces que hizo comparaciones que te hicieron sentir inconforme contigo misma. La verdad es que me pareces la chica más guapa de la ciudad.

Lamento haberme entrometido: tendría que haber sido él quien decidiera...pero al final, ninguno de nosotros fue elegido con claridad. Y aunque eso nos dejó heridas, también nos colocó en un mismo lugar: el de quienes merecían algo mejor que la ambigüedad.

Lamento el mal momento que te hice pasar, las lágrimas y el dolor...todo sólo por un pastel de cumpleaños y un agradecimiento que no me supe callar. Siento que, al soplar mis velas pidiéndolo a él, apagué en mi conciencia tu sentir. Lamento que mi gesto haya contribuido a una disyuntiva que tú no debías enfrentar. No fue justo que tu bienestar dependiera de una escena que yo provoqué sin medir sus consecuencias. Lamento haber sido catalizador de ese final que merecía ser feliz, pero no lo fue.

Lamento todos los celos, las dudas que rondaban por tu mente, los miedos que yo hice realidad y también por los que no se materializaron, pero aun así te helaron la sangre...te merecías seguridad y tranquilidad, y yo no ayudé en eso. La verdad es que no podía perdonarte: te responsabilizaba por mis malas decisiones, por haber perdido al amor de mi vida. Me faltó empatía, sentí que no podía tenerla contigo. Me equivoqué al pensar que mi dolor me daba derecho a juzgarte: no fue justo, ni ético, ni humano. Te convertí en blanco de una pérdida que no era tuya, y eso fue una forma de violencia emocional que hoy reconozco con vergüenza.


Quiero que sepas que te perdono por esos mensajes que, aún sin verlos, me partieron el corazón. Y que no fue tu culpa la violencia y el dolor que viví después de tu aparición en nuestras vidas. Lamento también que te sintieras responsable por ello, no era una pena con lo que te tocara cargar.

Las disculpas no cambian nada, y tal vez ni siquiera estarías dispuesta a recibirlas viniendo de mí...pero son sinceras, y espero que algún día te lleguen de alguna forma como una especie de bálsamo. Temo sólo estarte ofreciendo una flor marchita en mi mano, pero la ofrezco como símbolo de verdad. No busca redención, sólo reconocimiento. No espera respuesta, sólo paz.

Espero que mi nombre ya no sea un dolor de estómago, que mi recuerdo ya no pese tanto...espero que el hombre que ahora está a tu lado te escoja todos los días y te haga sentir la mujer más valiosa del mundo. Espero que todas las mujeres con las que vuelvas a toparte sean más sororas y empáticas de lo que yo fui contigo hace ya algunos años. Yo puedo prometerte que ahora lo sería, que jamás volvería a dañar a otra chica como lo hice contigo...por ningún hombre, ni siquiera por él mismo, que sigue siendo mi talón de Aquiles.

Nunca debimos de competir, porque el amor verdadero no es indeciso, es claro como el cristal y resistente como el titanio. Nunca debí dañarte en nombre del amor. El daño en nombre del amor es una contradicción.

Elegiré la empatía por encima del deseo. 

Elegiré proteger en lugar de competir. 

Elijo no repetir el daño.

Te perdono, te admiro, y te deseo lo mejor. 

Tengo esperanza de que algún día puedas decirme lo mismo. Escribo esto esperando que algún día lo leas desde el otro lado, desde el reverso de mi espejo.






domingo, 19 de octubre de 2025

La primera bocanada de aire

Siempre fuimos diferentes, pero complementarias: en nuestra otredad encontrábamos quiénes éramos, y siendo nosotras mismas nos sabíamos acompañar. ¿Cuándo dejó de ser riqueza nuestra diferencia? Qué armonía tan dolorosamente rota.

Desde niñas yo quería a la princesa casándose con el príncipe; tú a los animales que corrían en libertad. Afortunadamente, en nuestros juegos todo se podía entremezclar: el perro de felpa casaba a los novios, los novios se iban de viaje con él. En la vida real tocó caminar por senderos distintos...y yo tenía esperanza de que lo entendieras, pero no me tomé el tiempo de explicártelo. Yo lo entendí, te extrañé, pero no lo vi como un abandono. Sabía que era lo justo, que no podías ser mi filtro al mundo toda la vida, que tenías que vivirla. La infancia tenía que terminar, aunque doliera.

Tienes razón, yo dejé que la distancia se colara incluso entre las palabras. No imaginé que la soledad te embargaba, y que en la soledad tus demonios cobrarían más fuerza y te arrastrarían. Pero ¿Por qué nunca me lo dijiste? ¿Por qué no gritaste un "Ayuda" pidiendo luz? Desde mi mirada, les quitaste las cadenas a tus sombras, quitaste los cerrojos, les abriste la puerta de par en par y las dejaste apoderarse de ti.

Yo era rosa, pero ardí con demasiada fuerza y me volví rojo, rojo que quema. Tú eras azul, y dejaste que la tristeza te lloviera tanto que te apañaste en un negro sin rastro de luz. Ambas sufrimos, pero dejamos de hacerlo juntas.

Fui egoísta, tienes razón. Pero ojalá comprendieras que estaba ávida de luz, de amor...y él la trajo a mi vida, trajo la primavera más dulce después del invierno más largo. ¿No la habrías escogido tú también? ¿No te habrías quedado en su abrazo capaz de protegerte de todo el dolor, la enfermedad y la violencia del mundo? Yo la escogí porque me devolvió la luz. No sé si tú lo habrías hecho, pero yo lo necesitaba.

Tuve maestros del amor y los dañé, los defraudé...tienes razón. Pero ojalá supieras que yo también les amé, con toda mi alma y con mis pobres habilidades de amar. Fue un arte que nadie me enseñó, tampoco tú...no porque no quisieras, sino porque nadie te enseñó a mirar. No supiste mirarme como tu hermana, como una persona con sus propios miedos y anhelos: fui tu muñequita que debía quedarse en el aparador para no despeinarse ni ensuciarse el vestido que con tanto empeño bordaste...fui otro de tus animalitos de compañía, que con carantoñas y mirándote con admiración absoluta ahuyentaban tu soledad. 

No te culpo por no saber amarme, a ti tampoco nadie te enseñó cómo. Tienes razón, llegué a la familia a robarme las miradas, el apapacho que necesitabas y que nunca sobró en una familia tan apagada y adolorida...pero ojalá supieras que no fue mi intención. Yo no pedí nacer...pero nací. Y desde entonces, fui el reflejo que dolía.

Y desde el primer día en el que me dijiste que ojalá no hubiera nacido el pensamiento ha rondado en mi cabeza todas las noches de insomnio. Desde entonces he cargado con culpas por cosas que no fueron mi intención ni mi elección, como la muerte de abuelita, como la tristeza profunda de mamá, como la violencia que viviste, y replicas contigo misma y con los demás.  He cargado con los sueños inconclusos, con todos los hubieras de una familia que no supo cómo sanar y vivir, vivir de veras. 

Sé que tienes razón, fui egoísta y lastimé a todo aquel que he amado. Pero en algo te equivocas: sí he tomado mi responsabilidad del daño que hice, y he pagado con creces cada herida, la he sentido en mi propia piel...y, aun así, duele cien veces más mirar las cicatrices que dejé en la piel de los otros. No me he permitido ser feliz un solo día, la almohada que pusiste contra mi cara para cortarme el aliento cuando éramos niñas nunca se fue: sigue ahí en forma de tus palabras repitiéndome que no merezco vivir. Le permití a otros ponérmela también, les di el derecho, que no tenían, de decidir que no me merecía respirar.

Hoy decido quitármela, y respirar mi primera bocanada de aire.

Tienes razón en muchas, muchas cosas. Los libros de Nietzsche, las malas experiencias, te han abierto los ojos a muchas cosas que ignoro, te han dado muchas respuestas y te han generado preguntas en las que a mí me aterra pensar...pero hay una lección que te hace falta aprender: se puede cambiar, se puede ser una mejor persona, aunque haya
sido la peor. Sabes mucho, pero comprendes poco si no puedes aceptar la esperanza de la redención.

Aún estoy lejos de ser quien debería ser, quien quisiera ser, pero ya no soy el monstruo que fui. Mi arrepentimiento es real, y ya no aceptaré el castigo como mi único destino. Mis ganas de sanar a otros, no sólo a quienes lastimé, es real. Mis ganas de darle un sentido a mi vida cada día, es real. Ya no me va a doler que no me veas, yo sí me veo.

Te perdono, aunque tú no me perdones. Te veo, aunque tú no me veas.

Mis ganas de vivir, de amar, son realidad. 

jueves, 16 de octubre de 2025

Siempre aquí

 

Mi querido Conde de Montecristo, mi amado Edmond Dantès...te escribo mientras mi vela se va consumiendo, mientras mis ojos cansados se habitúan a la incertidumbre nocturna, pero siento que mi alma está tan renovada por una nueva luz que bastaría para alumbrar cualquier rincón en la Tierra.
Bendita locura el saber que recibiste mis últimas cartas, que las tuviste en tus manos y que tu mirada se posó en cada palabra...este milagro hace danzar aún más mi corazón de por sí habitualmente atolondrado.
Te percibo apagado, distante en tus respuestas...y eso me abate. Quisiera seguir siendo tu refugio, el pergamino en el que desahogas tus disputas con los mercaderes, el abrazo en el que tu ira se desfoga en frenesí...perdona mi atrevimiento, pero es que te he extrañado horrores, cada recoveco de mi cuerpo añora el tacto de tus manos frías, la dulzura desprendida de tus manos curtidas.
Pero ya hablaremos en otra misiva de mis añoranzas, puedes tener el sosiego de que todo transcurre con calma y normalidad aquí. Después de mi desengaño con Fernand, me he vuelto más recelosa y, por lo tanto, más solitaria. Ya no me complace cualquier compañía después de nuestro reencuentro, cualquier presencia es insulsa si no se trata de la tuya...prefiero estar a solas conmigo misma, con tu recuerdo que siempre me acompaña con calidez.
Todo está en orden, sólo me inquieta tu bienestar. Quisiera tener la certeza de que eres dichoso, de que tus viajes son venturosos. Preferiría saberte desbordado por el amor de Haydée, aunque eso extinguiera mis vagas esperanzas de retomar nuestra historia, que percibir un dejo de aflicción en tus letras. 
Espero equivocarme y que te encuentres maravillosamente. Espero equivocarme, aunque eso signifique que ya no sé leerte tan bien como antes. 
Le pido a Dios que te guarde en tus travesías, y que ahora que la justicia nos ha colocado a todos donde debemos estar, en tu isla y en tu corazón reine la calma.
Yo seguiré siempre aquí, en Marsella, porque fue el sitio donde te conocí, donde amé y perdí al hombre dueño de mi corazón, mi cuerpo y mi mente. Seguiré siempre aquí, como el puerto que te recibe con los brazos abiertos en cada desembarque. 
Tuya en esta vida y en todas
-Mercedes Herrera.  



martes, 14 de octubre de 2025

Memorias de una NPC

 Le decía a un amigo que me siento como si estuviera invadiendo una línea temporal que no es mía...pero creo que más bien me siento como una NPC. Todos los días despierto, voy al trabajo (rezando porque un accidente automovilístico no le dé un plot twist dramáticamente doloroso a mi vida), hago facturas, lleno formularios, tomo llamadas de personas cuyos nombres y rostros difícilmente recordaré...voy a casa, como (a veces de más, a veces de menos), hago la limpieza habitual (no me gusta desempolvar recuerdos, es mejor sólo limpiar por donde uno camina normalmente), tal vez leo un par de capítulos de una novela o veo una película que logró evadir los derechos de autor en YouTube, hago tareas que no siento que aporten nada a mi formación (nada realmente útil que me permita ayudar a un consultante cuando sea terapeuta)...todo para irme a dormir, despertar, y que se reinicie el ciclo (sólo con algunas pequeñas variaciones). 

Sí, creo que más bien tengo la sensación de estar haciendo una serie de misiones secundarias mientras ignoro las misiones principales...pero ¿Cómo las hago, si no sé cuáles son? O tal vez, quizás, sí sé cuáles son...pero les tengo demasiado miedo, soy cobarde. Quiero la vida de mis sueños, pero no tengo el valor para enfrentarme a la resistencia al cambio.

Es extraño, porque si las trato de enlistar en realidad son cosas "pequeñas", cosas que otras personas hacen todos los días de su vida, pero para mí son viñetas que no puedo tachar con una paloma satisfactoriamente desde mis propósitos de Año Nuevo de 2020 (estoy diciendo una al azar, realmente no recuerdo cuando empecé a hacer esa dichosa lista).

Tal vez no es sólo cobardía y resistencia al cambio, quizás también no les hallo un motivo real...

¿Qué va a cambiar el que yo sepa tocar la guitarra o el teclado? Tal vez mejore mi autoestima, pero no es como que me volveré una compositora que motive a cientos de miles de personas alrededor del Globo.

¿Qué va a cambiar que me vuelva vegetariana? Me ayudará a calmar mi conciencia, a sentirme menos culpable, más conectada con la naturaleza...pero no va a evitar que empresas multimillonarias sigan destruyendo selvas y selvas.

Aprender a manejar sólo aumentaría mi estrés crónico, la verdad. Y me haría buscar alguna otra actividad o conducta compensatoria para poder lidiar con el conocimiento de que estoy aumentando mi huella de carbono (como lo hago justo ahora al publicar esta entrada). 

¿Entonces qué hago aquí? ¿Qué se supone que hagamos los NPC's además de vivir la misma vida aburrida todos los días? Disfrutarla se puede (a veces), pero es una visión demasiado hedonista. Aportar nuestro granito de arena suena adorable, muy romántico...pero es demasiado idealista. 

¿Podría decirme alguien entonces qué carajos hago, hacemos aquí? ¿Observar a los protagonistas como Trump cargarse naciones enteras? ¿Qué diablos pretenden los guionistas y los programadores con este juego ridículo, sinsentido? ¿Me pueden borrar? ¿Me puedo yo borrar? ¿O todo lo que puedo hacer realmente voluntario es buggearme? ¿Puedo ser un glitch que revele las fisuras del sistema? 

Para recordarme que existo, aunque no me vean.

Para honrar el caos sin resolverlo.

Para hacerle un guiño al universo, aunque no responda.




sábado, 11 de octubre de 2025

Virgilio soy yo

 La peor parte del abuso, si es que puede destacarse una por encima de todas las demás, es que no sabes cuándo terminará. La gente no suele entender esos terrores nocturnos, esos ataques de pánico que llegan en medio de la nada, las lágrimas que brotan por un estímulo aparentemente inofensivo. Ni siquiera las personas más allegadas, los seres amados, llegan a entenderlo del todo...a veces porque ellos mismos lo vivieron, y lo normalizaron.
No estás segura de cuándo terminará, porque aun cuando el terapeuta asegura que ya estás a salvo, que la violencia ya no va alcanzarte, la sigues viviendo...todos los días. El violentador ya se fue, los hematomas se borraron de la piel, pero dejó en tu mente ideas marcadas a fuego: ideas de que no eres suficiente, de que no eres una persona sino un error; ideas de que no le importas a nadie, que no mereces ni siquiera un poco de alivio ante el dolor. El abusador ya no está, y tú ya no eres esa chiquilla manipulable, ya creciste, ya lo superaste...¿no?
No. Quizás te acostumbraste tanto al dolor que ya no sabes cómo separarlo de ti. Quizás buscas nuevos abusadores allá afuera para que "te amen". O quizás eres tú misma la que se auto inflige esos castigos que no sabes bien por qué mereces, pero estás muy segura: los mereces. 
¿Cómo sanas? Aún estoy tratando de responder esa pregunta. Hay días en los que creo que ya estoy a unos pasos de salir del laberinto, pero una pesadilla llega; estoy riendo con mi familia, y de repente siento que no es real, que no soy real...que sigo ahí, que nunca me fui de ahí. 
La violencia es un espiral ¿Entonces cómo sales de ahí? 
Paras. Y te miras. Y te abrazas, aun cuando sientas que no te mereces ni un poco de compasión porque tú fuiste la idiota que cayó en esa situación para empezar. Te abrazas, aunque tus brazos no se sientan como tuyos, aunque no se sientan como los de una persona ni algo vivo. Te quitas la tierra de las rodillas, y te perdonas por haberte caído. Abres el grifo y dejas que corran las lágrimas. Te permites recordar, aunque duela. Pero tampoco te obligas a repasar una y otra vez lo sucedido. Sólo lo aceptas, aceptas el recuerdo cuando llega, aceptas que sí...sí pasó.
Y en algún punto el abrazo se siente real, se siente como estar en casa. Y te das cuenta de que siempre has podido ser tu propio lugar seguro.
Y te has observado tanto, has repasado tanto la caída, que comprendes porqué te tropezaste y cómo no volver a hacerlo.
 Y las lágrimas ya no queman como lava al salir, más bien parece agua suave que expulsa a las sombras y que limpia tu cuerpo de toda esa suciedad, esa vergüenza.
Y el recuerdo, poco a poco, se siente menos presente. Más real, pero menos presente. Por fin sientes realmente que ya no eres ella, esa del pasado que no debió pasar. 
Hoy eres otra, una persona que se puso oro entre las fracturas, que se unió con amor y con compasión. Hoy sabes que sí lograste salir de ese laberinto al que jamás volverás a entrar, porque esta vez te tienes de guía: eres tu propio Virgilio.     
 

 

Las vulnerabilidades

 

 Fui Sara, a veces aún lo soy. Y soy Elvira...o al menos, trato de serlo.
Entiendo a las mujeres que luchan, entiendo su ira, su hartazgo, su miedo traducido en violencia...aunque violencia es lo que ya menos quieren. Una vez que la has vivido en carne propia, ni siquiera en la ficción quisieras que existiera. Desde lo que me pasó hace cuatro años no he podido ver muchas series y películas, me parece increíble que trato de adelantar las escenas de tortura y no basta el +10, +10, +10...¿Cómo es posible que duren más tiempo que eso? ¿Quién soporta verlo?
Muchas veces, ser mujer es sentir miedo.
Sentir miedo en un chequeo médico, porque ni siquiera sabes si para ese hombre de bata blanca y estetoscopio aún significa algo el juramento de Hipócrates.
Sentir miedo de quedarte en el aula a solas con el profesor, y preferir huir abrazada a tus dudas. 
Sentir miedo de salir a la calle, de la casa al trabajo y de regreso...no se diga si se trata de una salida por la noche con amigas a un bar.
Sentir miedo incluso de tu propio padre, de tus hermanos, de tus tíos o primos...porque nunca faltó un comentario fuera de lugar, una mirada que te hizo sentir extraña, un abrazo que duró demasiado y que se sintió más bien como caer en una arena movediza.
Sentir miedo de una pareja es lo más doloroso y complejo que me ha pasado en la vida. El terapeuta tuvo que repetirme muchas veces que sentir amor y miedo por una misma persona era incompatible, porque el amor no golpea, no grita, no insulta, no amenaza. El amor no te hace sentir insignificante, pequeñísima, reemplazable. El amor no te hace temblar de miedo.
Por eso soy feminista. 
Desearía no serlo. No debería de ser necesaria esta lucha de mujeres cansadas, de mujeres que ya no tienen fuerzas de seguir marchando, de mujeres a las que el miedo enmudeció. Por eso soy feminista, por ellas: porque aun cojeando de una pierna puedo marchar, porque esa noche mi voz no se quedó atrapada en mi garganta bajo la dictadura de sus dedos.  
 Soy feminista porque sueño con el día en el que las mujeres nos sintamos a salvo, en nuestro propio trabajo o colegio, en nuestro propio círculo de amigos, en nuestra propia casa, en nuestro propio cuerpo. 

viernes, 10 de octubre de 2025

Donde termina mi voz

Creí que te conocía, pero ahora ya no sé quién eres... ¿Queda algo de la chica que conocí bajo esa arrogancia y rencor que se proyecta como violencia hacia la superficie? 

Solías ser mi guardiana, me protegías incluso de las arañas imaginarias...ahora le temo a la telaraña que tejes minuto a minuto en un intento de volver a tener control de algo, de lo que sea. 

Sé que te fallé: hice promesas que sabía que no podría mantener. Soplé distraídamente a un diente de león, sin importarme realmente donde caerían las semillas. La verdad es que nunca quise seguirte, tenía miedo de confiar y caer a un precipicio...y como dices, caí y más profundo, pero al menos fue siguiendo el sendero que yo misma tracé. 

La única vez que te disculpaste fue para lamentar no haberme seguido protegiendo...si supieras lo consciente que estaba desde el principio de tus propias luchas...habría bastado con que sólo no me lastimaras, con que no me proclamaras tu enemiga sólo por defender lo que amo. Ojalá entendieras mi encrucijada...porque también te amo a ti.  

Pido demasiado...desde tu trono elevado por las nubes de pensamiento nunca podrás ver quién realmente soy; y yo nunca podré convencerte de que ser vulnerable está bien...antes estaba dispuesta a morir con tal de abrazarte, ahora tus cuchillas de palabras dejaron heridas que arden al respirar. 



 

Lo más preciado que tengo

Te amo con la verdad que arde,  con la llama que aún no aprende a pedir permiso.  Siempre atesoraré lo que vivimos. El primer beso que te dí...