Iluminaste por primera vez mis zonas internas que antes estaban en sombra, y las amaste en su imperfección, aún con todo el dolor que irradiaban y te alcanzaban. Lo más hermoso es que me enseñaste a perdonarlas y a amarlas también.
Hubo un antes y un después cuando ahuyentaste al invierno con tu llegada; y también cuando dejaste de estar, trayendo un invierno distinto en la ausencia de tu calor. No quería dejarte ir, pero sabía que mi necesidad de ti era tan inmensa que te estaba eclipsando, te apagaba. Y decidí irme yo, con la esperanza de que quisieras seguir brillando para mí si me convertía en mejor persona. Creo que lo hice, pero demasiado tarde. Volví a tu sistema, pero ya no había sitio para mí.
Aun así, tu luz dejó huellas en las órbitas que vinieron después. Ha seguido irradiando sentido...aparecieron otras estrellas: amores nuevos, amistades, duelos y reencuentros...pero la tuya es una presencia innegable en mi memoria, incluso en mi identidad. Fue mi verdadero nacimiento: mis ojos se abrieron y aprendieron a mirar, mis brazos aprendieron a abrazar y después a soltar...nació en mí el deseo, y el lenguaje que lo supo nombrar.
Por eso sigo esperando al día en que tu sistema se reconfigure, en el que pueda orbitar cerca de ti...en el que nuestra conexión sea más profunda, donde yo sepa acompañarte sin opacar tu luz, sino reflejándola. No es nostalgia, es fidelidad. La espera no es dura por las estrellas fugaces que veo pasar, no me importan...es dura por el frío que hace desde este lado del espacio. Sé que podré resistirlo, es parte de mí vivir en las sombras y estudiar quién soy ahí; en mi parte no iluminada, la espera es resistencia y lucidez. Pero te echo mucho de menos.
Simplemente tuya
-Luna

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