martes, 21 de octubre de 2025

No busco absolución, sólo verdad

No sé cuántas más veces necesitaré escribirte. Tal vez muchas más, porque me consta que mis palabras no llegarán a ti y una parte de mí sigue necesitando que sepas cuánto lo lamento. Espero que algún día lo sepas, de alguna forma, aunque jamás me atreveré a decírtelo de frente. No tengo cara para hacerlo: necesito respetar tu dolor.

Lamento todas las veces que él pronunció mi nombre cuando debía pronunciar el tuyo. La verdad es que es precioso, y significa justo lo que eres, mujer valiente.

Lamento todas las veces que hizo comparaciones que te hicieron sentir inconforme contigo misma. La verdad es que me pareces la chica más guapa de la ciudad.

Lamento haberme entrometido: tendría que haber sido él quien decidiera...pero al final, ninguno de nosotros fue elegido con claridad. Y aunque eso nos dejó heridas, también nos colocó en un mismo lugar: el de quienes merecían algo mejor que la ambigüedad.

Lamento el mal momento que te hice pasar, las lágrimas y el dolor...todo sólo por un pastel de cumpleaños y un agradecimiento que no me supe callar. Siento que, al soplar mis velas pidiéndolo a él, apagué en mi conciencia tu sentir. Lamento que mi gesto haya contribuido a una disyuntiva que tú no debías enfrentar. No fue justo que tu bienestar dependiera de una escena que yo provoqué sin medir sus consecuencias. Lamento haber sido catalizador de ese final que merecía ser feliz, pero no lo fue.

Lamento todos los celos, las dudas que rondaban por tu mente, los miedos que yo hice realidad y también por los que no se materializaron, pero aun así te helaron la sangre...te merecías seguridad y tranquilidad, y yo no ayudé en eso. La verdad es que no podía perdonarte: te responsabilizaba por mis malas decisiones, por haber perdido al amor de mi vida. Me faltó empatía, sentí que no podía tenerla contigo. Me equivoqué al pensar que mi dolor me daba derecho a juzgarte: no fue justo, ni ético, ni humano. Te convertí en blanco de una pérdida que no era tuya, y eso fue una forma de violencia emocional que hoy reconozco con vergüenza.


Quiero que sepas que te perdono por esos mensajes que, aún sin verlos, me partieron el corazón. Y que no fue tu culpa la violencia y el dolor que viví después de tu aparición en nuestras vidas. Lamento también que te sintieras responsable por ello, no era una pena con lo que te tocara cargar.

Las disculpas no cambian nada, y tal vez ni siquiera estarías dispuesta a recibirlas viniendo de mí...pero son sinceras, y espero que algún día te lleguen de alguna forma como una especie de bálsamo. Temo sólo estarte ofreciendo una flor marchita en mi mano, pero la ofrezco como símbolo de verdad. No busca redención, sólo reconocimiento. No espera respuesta, sólo paz.

Espero que mi nombre ya no sea un dolor de estómago, que mi recuerdo ya no pese tanto...espero que el hombre que ahora está a tu lado te escoja todos los días y te haga sentir la mujer más valiosa del mundo. Espero que todas las mujeres con las que vuelvas a toparte sean más sororas y empáticas de lo que yo fui contigo hace ya algunos años. Yo puedo prometerte que ahora lo sería, que jamás volvería a dañar a otra chica como lo hice contigo...por ningún hombre, ni siquiera por él mismo, que sigue siendo mi talón de Aquiles.

Nunca debimos de competir, porque el amor verdadero no es indeciso, es claro como el cristal y resistente como el titanio. Nunca debí dañarte en nombre del amor. El daño en nombre del amor es una contradicción.

Elegiré la empatía por encima del deseo. 

Elegiré proteger en lugar de competir. 

Elijo no repetir el daño.

Te perdono, te admiro, y te deseo lo mejor. 

Tengo esperanza de que algún día puedas decirme lo mismo. Escribo esto esperando que algún día lo leas desde el otro lado, desde el reverso de mi espejo.






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