Añoro la infancia y su dulce egocentrismo.
Extraño ir con mi padre al museo y sentir que me está revelando la verdad del universo mientras él sólo lee en voz alta las descripciones que aún yo no sé leer. Extraño sentir la seguridad de su mano enorme cerrándose sobre mi pequeña mano y caminar en piloto automático mientras él me lleva por el camino aparentemente correcto.
Extraño que mi abuela troce una ramita de lantana para obsequiármela mientras vamos caminando al mercado, porque eso significa que me encuentra igual de bonita que la virgen que tiene en su vestíbulo...además, a la virgen le llevaba flores blancas y aburridas, estas lantanas de la vecina son vibrantes. Extraño cuando ella estaba, antes de la muerte llegara a mi familia.
Extraño correr a abrazar a mi mamá a cada salida del colegio, y decirle que me aburrí horrores sin ella, y comer dulces al por mayor, juntas, sin pensar en todas las enfermedades que eso traerá a largo plazo. Extraño esos tiempos en los que no discutía con ella por cuestionar sus métodos, o ella los míos...todo era sencillo entre nosotras, todo fluía: éramos mejores amigas. O tal vez ese puesto lo tenía mi hermana, a ella sí le hablé sobre cuánto me gustaba Girard y cuánto me dolió el accidente que acabó con él...no supo qué decirme, pero me ayudaba a olvidar con las aventuras de nuestros perritos de peluche.
Extraño la libertad de correr entre los aspersores y la luz del sol con mis primos, lo fuertes y sanas que eran mis piernas, como podían llevarme a otros mundos sin la necesidad de refugiarme vagamente en las letras o en la música. La música llegó a llenar el pesado silencio que se plantó en mi familia desde el día que acabaron los novenarios por abuelita; los libros, cuando la mente de mi hermana se volvió su propia enemiga y estaba demasiado ocupada peleando con ella como para conversar conmigo.
También echo de menos cuando las noticias en la televisión no significaban nada; me molestaba su ritmo acelerado y sus ruidos estridentes, pero el contenido me daba lo mismo. Bastaba con cambiar de canal a las caricaturas, cuando mi mamá se distraía: era como correr una cortina con patrón de corazones para no ver la realidad horrible afuera de la ventana. Ahora esa realidad vive en mi mente, entre a Twitter o no, me informe o no...y es doloroso haber fracasado en mostrarla. Me avergüenza haber renunciado a ser periodista: dije que al saber el poder sanador de las palabras me declinaría por Psicología, pero si soy sincera...tenía miedo. Ganó esa niña pequeña que quería correr las cortinas, sin contar que el horror ya lo llevaba dentro porque esa realidad ya la había arañado e infectado.
Creo que lo que más echo de menos es esa creencia de que todas las personas son buenas, incluyéndome. Cuando era más joven me parecía innecesaria esa pregunta de si nacemos malos o la sociedad nos vuelve malos...ahora no pienso en otra cosa. Qué jodidamente difícil es ser bueno, bueno de veras.
Es fácil ser bueno cuando solamente debes seguir lo que socialmente se espera, pero es tremendamente complicado cuando quieres ser bueno según tus propios criterios. Por ejemplo, es más fácil ser diplomático que ser honesto...es más fácil ser exitoso profesionalmente que en los vínculos.
Es fácil ser bueno cuando todos te están viendo y temes una represalia, pero ser bueno cuando el anonimato o la libertad de la soledad te desencadenan, es muy difícil. Es más fácil no fallarle a los demás que a ti mismo y a lo que en verdad crees.
Echo de menos cuando creía que la maldad era un hombre de piel roja y cuernos, a miles de millones y millones de kilómetros bajo Tierra. Antes de descubrir que puede estar en mis palabras, que tanto deseo usar para sanar, o en la indiferencia y el egoísmo recién descubiertos en la persona que más admiraba por su lealtad y su entrega.
Echo de menos estar a salvo de la frustración por todo el dolor que no puedo sanar ni evitar. Añoro esos abrazos que mágicamente me hacían sentir protegida de todo mal, aunque en el fondo sabía que había algo más poderoso acechando fuera. Extraño reinar mi pequeño mundo de flores, peluches, dulces, estrellas a mi alcance en el planetario...e ignorancia.
Y al extrañar todo esto, me permito ser un poquito mala antes de atreverme a enfrentar sin anestesia el miedo, la decepción, la renuncia.

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