Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
(...) la única libertad que me exalta,
la única libertad por que muero.
Tú justificas mi existencia:
si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido."
¿Cuántas veces plasmé estas palabras de Cernuda? En mi cuaderno distraídamente, en las paredes sintiéndome toda una delincuente, e incluso en mi piel el primer verso...sin saber que sería mi jaula de oro por más de una década. Era mi forma de no habitarme, porque tenía pavor a las sombras que residían ahí, a sus lamentos que hacían eco cuando me quedaba en silencio. Había que intentar gozar el sometimiento.
Y a cambio preferí no ser persona: ser un llaverito en las maletas, yendo a donde fuera; ser un adorno en una casa de por sí desbordada de objetos, y que de cualquier forma se seguía sintiendo fría y vacía; ser un pañuelo de lágrimas, y un almohadón apuñalado sólo mirando mis plumas salir a borbotones; ser una muñeca de porcelana, tan inexpresiva que no sé cómo servía de muñeca sexual. El deseo propio dolía en su exigencia...dolía en su imposibilidad.
Preferí tomarme cuatro, cinco, seis tragos de tequila que me ayudaran a tragar la vergüenza, la humillación, y así quedarme calladita y más bonita. Preferí llenar mis pulmones de humo, para adormecer el dolor de cada golpe recibido, o al menos sentir que se iba todo hacia un sólo lugar. Preferí tomarme el triple de la dosis recetada por el psiquiatra, para así fingir que no me había dado cuenta de esas declaraciones de un deseo y de un amor que yo llevaba un tiempo sin recibir...tenía miedo de salir, porque eso implicaba entrar en mí. Mi cuerpo era el campo donde se libraba la guerra entre lo que sabía y lo que no quería saber.
Pero Bunbury mintió cuando dijo que te puedes a todo acostumbrar. En algún momento sí deseas vivir en vez de sólo sobrevivir...y entonces, me fui. Crucé una madrugada esas avenidas solitarias dejando atrás esa casa embrujada que, él dijo, era el único sitio que tenía. Crucé la cancha y el gimnasio en la que destrocé mi estómago y mis tendones tratando de construir un cuerpo que complaciera a sus ojos insatisfechos con todo. Me limpié las lágrimas, me levanté de la banqueta, y crucé la puerta de casa de mamá sabiendo que, a él, quien tantas veces me había consolado, no le había importado ser el causante de estas.
Había que arriesgarse.
Quizás el precio a pagar por mi libertad ha sido la soledad, y ella les dio un megáfono a mis sombras, a mis miedos, a mi realidad presente con todo lo que no he logrado aún, con todo lo que no soy. Puedo ver en mi propio reflejo el peso de mis actos, enroscándose contra mi cuello y gritando: no mereces respirar. Puedo ver mis espinas, he intentado arrancarlas...siempre hay más. Es una lucha que a veces ya no quiero, con la que ya no puedo...pero aun así sigo peleando:
"¿Quieres ver que sí?", le escupo a esa serpiente con el oxígeno que me queda.
Ahora que he limpiado un poco los tallos, mariposas y catarinas andan danzantes sobre ellos.
Ahora me habito, y mis piernas se recuperan para comenzar a subir las montañas que siempre he querido escalar. Mi cuerpo es mi territorio, y mi viaje.
Ahora me habito, y mi placer es mío y de nadie más. Sé mirar la belleza en mis ojos cansados, en mi piel pecosa libre de maquillaje, porque ya se hartó de las apariencias...en mi vientre, que ya me da igual que sea totalmente plano, porque me causa más ilusión algún día resguardar un pequeñito ser ahí.
Ahora me habito, y decido escuchar a las sombras: tenían mucho que contarme, tengo mucho que aprender de ellas.
Ahora me habito, y entre la oscuridad se abren deseos luminosos, algunos cumplidos y muchos otros por cumplir.
Ya no estoy presa en alguien: estoy viva en mí.
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