Siempre fuimos diferentes, pero complementarias: en nuestra otredad encontrábamos quiénes éramos, y siendo nosotras mismas nos sabíamos acompañar. ¿Cuándo dejó de ser riqueza nuestra diferencia? Qué armonía tan dolorosamente rota.
Desde niñas yo quería a la princesa casándose con el príncipe; tú a los animales que corrían en libertad. Afortunadamente, en nuestros juegos todo se podía entremezclar: el perro de felpa casaba a los novios, los novios se iban de viaje con él. En la vida real tocó caminar por senderos distintos...y yo tenía esperanza de que lo entendieras, pero no me tomé el tiempo de explicártelo. Yo lo entendí, te extrañé, pero no lo vi como un abandono. Sabía que era lo justo, que no podías ser mi filtro al mundo toda la vida, que tenías que vivirla. La infancia tenía que terminar, aunque doliera.
Tienes razón, yo dejé que la distancia se colara incluso entre las palabras. No imaginé que la soledad te embargaba, y que en la soledad tus demonios cobrarían más fuerza y te arrastrarían. Pero ¿Por qué nunca me lo dijiste? ¿Por qué no gritaste un "Ayuda" pidiendo luz? Desde mi mirada, les quitaste las cadenas a tus sombras, quitaste los cerrojos, les abriste la puerta de par en par y las dejaste apoderarse de ti.
Yo era rosa, pero ardí con demasiada fuerza y me volví rojo, rojo que quema. Tú eras azul, y dejaste que la tristeza te lloviera tanto que te apañaste en un negro sin rastro de luz. Ambas sufrimos, pero dejamos de hacerlo juntas.
Fui egoísta, tienes razón. Pero ojalá comprendieras que estaba ávida de luz, de amor...y él la trajo a mi vida, trajo la primavera más dulce después del invierno más largo. ¿No la habrías escogido tú también? ¿No te habrías quedado en su abrazo capaz de protegerte de todo el dolor, la enfermedad y la violencia del mundo? Yo la escogí porque me devolvió la luz. No sé si tú lo habrías hecho, pero yo lo necesitaba.
Tuve maestros del amor y los dañé, los defraudé...tienes razón. Pero ojalá supieras que yo también les amé, con toda mi alma y con mis pobres habilidades de amar. Fue un arte que nadie me enseñó, tampoco tú...no porque no quisieras, sino porque nadie te enseñó a mirar. No supiste mirarme como tu hermana, como una persona con sus propios miedos y anhelos: fui tu muñequita que debía quedarse en el aparador para no despeinarse ni ensuciarse el vestido que con tanto empeño bordaste...fui otro de tus animalitos de compañía, que con carantoñas y mirándote con admiración absoluta ahuyentaban tu soledad.
No te culpo por no saber amarme, a ti tampoco nadie te enseñó cómo. Tienes razón, llegué a la familia a robarme las miradas, el apapacho que necesitabas y que nunca sobró en una familia tan apagada y adolorida...pero ojalá supieras que no fue mi intención. Yo no pedí nacer...pero nací. Y desde entonces, fui el reflejo que dolía.
Y desde el primer día en el que me dijiste que ojalá no hubiera nacido el pensamiento ha rondado en mi cabeza todas las noches de insomnio. Desde entonces he cargado con culpas por cosas que no fueron mi intención ni mi elección, como la muerte de abuelita, como la tristeza profunda de mamá, como la violencia que viviste, y replicas contigo misma y con los demás. He cargado con los sueños inconclusos, con todos los hubieras de una familia que no supo cómo sanar y vivir, vivir de veras.
Sé que tienes razón, fui egoísta y lastimé a todo aquel que he amado. Pero en algo te equivocas: sí he tomado mi responsabilidad del daño que hice, y he pagado con creces cada herida, la he sentido en mi propia piel...y, aun así, duele cien veces más mirar las cicatrices que dejé en la piel de los otros. No me he permitido ser feliz un solo día, la almohada que pusiste contra mi cara para cortarme el aliento cuando éramos niñas nunca se fue: sigue ahí en forma de tus palabras repitiéndome que no merezco vivir. Le permití a otros ponérmela también, les di el derecho, que no tenían, de decidir que no me merecía respirar.
Hoy decido quitármela, y respirar mi primera bocanada de aire.
Tienes razón en muchas, muchas cosas. Los libros de Nietzsche, las malas experiencias, te han abierto los ojos a muchas cosas que ignoro, te han dado muchas respuestas y te han generado preguntas en las que a mí me aterra pensar...pero hay una lección que te hace falta aprender: se puede cambiar, se puede ser una mejor persona, aunque haya
sido la peor. Sabes mucho, pero comprendes poco si no puedes aceptar la esperanza de la redención.
Aún estoy lejos de ser quien debería ser, quien quisiera ser, pero ya no soy el monstruo que fui. Mi arrepentimiento es real, y ya no aceptaré el castigo como mi único destino. Mis ganas de sanar a otros, no sólo a quienes lastimé, es real. Mis ganas de darle un sentido a mi vida cada día, es real. Ya no me va a doler que no me veas, yo sí me veo.
Te perdono, aunque tú no me perdones. Te veo, aunque tú no me veas.
Mis ganas de vivir, de amar, son realidad.

No hay comentarios:
Publicar un comentario