domingo, 31 de agosto de 2025

El vino que lo manchó todo

Manos temblorosas rompieron la copa. El vino corrió por mi vestido, que nunca pudo ser blanco: una constelación roja que no se borra.

Mi cuerpo no fue mío desde el principio; me lo arrebataron antes de saber nombrarlo. 

El sueño ya había sido interrumpido, fue semilla sin estación.

Extiendo los brazos y no te alcanzo. 

Lo siento: mis alas están rotas.

Soy la sombra de Ícaro que ni siquiera logró despegar los pies del suelo. Perdóname, Sol. 

Soy la Ícaro que ardió en mil llamas por jugar con fuego... de mí sólo quedan ya cenizas. Cenizas de una semilla que nunca pudo abrir, cenizas que marcan en la piel la profecía que no puede cambiarse por ser autocumplida. 

Lo siento, yo sí quería amarte. 

Lo siento, sí te amo... pero no sé amar.


martes, 26 de agosto de 2025

Tribunal sin rostro: la inquisición digital

«Parece contradictorio extender la libertad de expresión a extremistas que... si triunfan, suprimirían sin dudar las opiniones de aquellos con los que discrepan» señaló Karl Popper, dentro de su Paradoja de la tolerancia. 
Estamos inmersos en la cultura de la cancelación: solemos pensar que el objetivo de las redes sociales es interactuar con amigos, familiares y personas con intereses similares a los nuestros; el algoritmo de YouTube nos encierra en una prisión voluntaria, en donde estamos a salvo de encontrarnos opiniones diferentes. 
Diversos intelectuales han señalado que esta práctica atenta directamente contra la libertad de expresión y el libre flujo de ideas e información, pues busca silenciar a cualquiera que vaya en contra de lo políticamente correcto o…más bien, cualquiera que tenga un discurso que desagrade a la hegemonía.
Quienes defienden la cancelación establecen que es una forma de hacer justicia, de sancionar a las figuras públicas han cometido delitos o actos inmorales. Sin embargo, muchos han sido acusados injustamente, sin poseer suficientes pruebas, haciendo que el público desacredite su obra y olvidando que la injuria también es un delito. Ejemplos de esto, son los casos de Michael Jackson, Morgan Freeman, Woody Allen y Johnny Depp.
Ahora bien ¿Deberíamos dejar de consumir el arte de los famosos cuya culpabilidad sí fue demostrada? El artista no es su obra ni viceversa. Picasso era misógino, sin embargo, su obra no difundía el odio hacia las mujeres…por el contrario, su obra más icónica (la Guernica) es antibelicista. El artista debe ser observado desde su contexto histórico y su caso particular. Si bien Marx engañaba a su mujer, era de lo más común que los hombres de su tiempo fueran infieles y promiscuos ¿Cómo habría cambiado la historia si hubiéramos desechado sus teorías por su polémica vida privada?
 Por otro lado, si no tienes nada en contra de la figura pública, pero no estás de acuerdo con los valores que difunde: no es necesario censurar, arruinar la carrera profesional del líder de opinión, basta con no visualizar su contenido. El emisor debe conocer el impacto de sus palabras, de su influencia, pero la audiencia es crítica con la información que recibe. La teoría de la aguja hipodérmica ya ha quedado más que sepultada.
Otro aspecto que defienden los practicantes de la cultura de cancelación es que le da poder al consumidor, al ciudadano común, a la masa. Justo lo necesario cuando el Estado de Derecho no funciona con su excesiva burocracia. Se consideran los mesías que castigarán lo que el Estado no castiga porque está fuera de sus leyes. El egocentrismo ha hecho mucho daño a las nuevas generaciones.
En realidad, el Estado de Derecho existe porque se necesita a alguien que proteja y castigue de forma proporcional e imparcial. Tal y como en la Edad Media, la cultura de cancelación entiende la venganza como justicia. ¿Es justo que quienes ejercen su derecho a réplica, sin tener argumentos sólidos, consigan censurar a las figuras públicas por dar su opinión?
La destrucción de la memoria practicada en la antigüedad, nos dejó un importante mensaje: necesitamos un intercambio y enfrentamiento de ideas. Sin debate, el aborto legal no sería una realidad. Sin debate, nos avanzamos como sociedad. 


martes, 19 de agosto de 2025

Carta a la mujer que no supe ver

Fuiste la mujer que apareció cuando mi Sol se eclipsaba, la que recogió los fragmentos que yo dejé caer sin mirar atrás. Y aunque te vi como sombra en mi historia, hoy sé que fuiste faro, que tu presencia no fue invasión, sino refugio para él…y espejo para mí.

Yo fui la tormenta que no supo pedir tregua, la que eligió el silencio cuando el grito habría bastado, la que se escondió en otros brazos creyendo que el dolor se disuelve con deseo. Y tú, sin saberlo, fuiste testigo de mi ruina, y quizás también de mi renacimiento.

Anoche soñé contigo. Llegabas a mi cumpleaños como quien llega a un templo, me abrazabas con sinceridad, y colocabas sobre mi cabeza una corona de metal tibio, como si dijeras: aun en tu caída, mereces belleza. Yo lloraba, y entre lágrimas te miraba, mujer que yo también quiero ser: fuerte sin dureza, firme sin violencia, capaz de perdonar sin olvidar.

Quise escribirte esta nota en ese sueño, pero mis manos eran agua, y tú ya te habías ido. 

Gracias por alumbrar al sol apagado, por por tu silencio que no juzgó mis errores.

Te admiro, Kathy...por la mujer que fuiste en los peores momentos y en la que te has convertido en tus mejores.

Y aunque nunca leas esto, deseo que el mundo te abrace como tú me abrazaste en el sueño: con respeto, con temblor, con verdad.

Te escribo aunque ya sea demasiado tarde...aunque sé que las disculpas debí dártelas desde que vi sangrar las heridas que te causé; te escribo, aunque nunca debí lastimarte de tal manera, para empezar...y aunque lo más seguro es que mis palabras no lleguen a ti. 




lunes, 18 de agosto de 2025

La voz que vuelve

A partir de un sueño profundamente simbólico, hoy desperté con ganas de quejarme, de maldecir a quienes, desde su posición de poder, no hacen nada por sanar al mundo.

En el escenario onírico, regresaba al auditorio de la universidad que dejé atrás. En el escenario, bien instalados en sus escritorios, dos periodistas entrados en edad escribían con furia desmesurada sobre una pésima colaboración escénica estudiantil. Tenían computadoras de última generación y enormes enciclopedias, pero usaban todo ese conocimiento para criticar lo banal.
Yo, desde abajo, les gritaba que en vez de atacar a estudiantes de Comunicación por no ser los mejores actores, deberían usar sus habilidades para iluminar asuntos políticos. Los llamaba traidores a la patria y a su profesión. Me marchaba furiosa, mientras ellos hacían oídos sordos y seguían tecleando con rabia ilógica.

En el vestíbulo, debajo de las escaleras, me topaba con un estudiante inseguro y tartamudo que me pedía, por favor, unirme a las reuniones pro Palestina. Le dictaba mi nombre de mala gana, y él lo escribía mal. Me parecía irónico que dudara tanto al escribir un nombre de origen árabe. Me dirigía entonces a los baños, sólo para descubrir a mi ex pareja (que en el sueño aún era mi pareja) engañándome. Otra vez.

Desperté furiosa, pensando que la traición está en todas partes, incluso en los lugares más íntimos.
Desperté desesperanzada, recordando por qué dejé de creer en el periodismo, por qué renuncié a ser una de ellos.
Y ahí llegó el insight: estaba juzgando duramente a mis ex colegas por no atreverse a denunciar el dolor del mundo, cuando yo había renunciado a mi propia voz aún antes de ejercer.
Todo por una amenaza a medias durante una cobertura en mi servicio social. No me atreví a publicar la nota, aunque la universidad juró respaldarme. El miedo me mordió la garganta. Me paralizó.

¿Cómo puedo ser tan dura con los periodistas, cuando sé por qué escriben notas ridículas de farándula?
¿Cómo puedo seguir resentida con mi ex, cuando yo cometí sus mismos errores con otra persona, y sé desde qué herida actúa?
¿Por qué me río del estudiante activista de mi sueño, si él está haciendo más por Palestina que yo?

Quiero recuperar la voz que el miedo me arrebató.
Quiero perdonarme por no haber publicado aquella nota, por no haber defendido ni nombrado a las mujeres que me confiaron su historia.
Ahora su historia vive en mí como una deuda sagrada, y lamento no haber sabido honrarla.

Quiero cerrar mis ciclos con compasión, abrazando la sombra del hombre que me hirió, y la mía propia que hirió a alguien más.
Agradezco a quienes han sido parte de mi camino, incluso desde el dolor, porque me han mostrado lo que aún debo sanar.

Quiero reconciliarme con mi deseo de justicia, aunque no sepa por dónde empezar.
Aprender a ser útil, a ser justa, a ser aliada desde el compromiso.
Porque el nombre de mis causas es también el mío, cuando me atrevo a luchar.

Mi abuela solía decir: “Querer es poder.”
Mi hermana retoma esas palabras con dolor, diciendo que a veces la voluntad no basta.
Que la voluntad de mi abuela Pilar fue inmensa, y aún así, el cáncer fue más fuerte que ella.
Yo pienso que sí… es verdad: la voluntad no es omnipotente.
Pero vale la pena perder la batalla sabiendo que luchaste hasta el final, con todas tus fuerzas, por lo que amas.

domingo, 17 de agosto de 2025

Tal vez nunca

Tal vez nunca sabrás que cuatro años después volví a la capilla de Jesús Nazareno; y que, sin poder desviar la mirada su martirio plasmado en cera, no pude evitar pensar en sacrilegio que fue mi traición para tu amor fidedigno, para tu completa entrega. Vi tu dolor en su dolor, y mi plegaria fue Por favor, te lo ruego...no me permitas volver a hacerle daño jamás.

Tal vez nunca sepas cuánto me duele el haberte lastimado, que es algo con lo que debo vivir cada día, que el recordar la inocencia que no pude salvar, es mi tormenta interna y mi propia condena cotidiana.

Tal vez nunca podré decirte que la culpa me carcomió desde esa noche hasta ésta, que mi sueño se ha turbado con pesadillas en las que veía tus lágrimas caer incesantes, tu cuerpo devorado por llamas de autodestrucción, los anhelos de vivir en tus ojos apagarse.

No puedo pedirte que me perdones, porque ni siquiera me atrevo pedirle piedad al Creador. Sé que no tengo derecho a pedirte una segunda oportunidad, ni siquiera comprendo por qué Él continúa dándomelas...trato de convencerme a mí misma de que lo hace porque tiene fe en mí, que conoce mi propia alma mucho mejor que yo, y que sabe que cada día estoy aprendiendo un poco más de mis errores. Necesito sentir que alguien aún cree en mí...especialmente cuando tú ya no estás para decirme  ¡Cree en mí! ¡Cree en el yo que cree en ti! en mis derrotas de todos los días.

Cuatro años después tengo respuestas, sí...sé que fui un perro herido mordiendo a la mano que lo alimentó cuando la inanición lo estaba desvaneciendo, sé que la ambición de un amor desmedido y egoísta me llevó a cambiar tu cálida luz por el fulgor helado de treinta malditas monedas de plata. No me bastan las respuestas humanas que recibo cuando pregunto ¿Por qué? ¿Por qué lo hice?, pero las sigo pidiendo porque el silencio de la capilla me mata cuando me inundan las dudas...¿Y si Él tampoco lo sabe? ¿Y si el Creador también se equivocó, y la ausencia de su voz también viene de la inmensa culpabilidad?  

Sigo orando, cubriéndome el llanto con las manos, qué pensamiento tan desolador es pensar que le estoy pidiendo redención al reo con las cadenas más pesadas...qué desesperanza me inunda al pensar que Él está más condenado que yo a la eterna recriminación, y finalmente al implacable olvido.

Por eso te lo sigo pidiendo una y otra, y otra vez, a ti: Perdóname... aunque tú me respondas que por favor ya no lo haga, y yo sé que es porque te estoy haciendo una petición que por primera vez no sabes cómo cumplir. Te lo sigo pidiendo, aunque tú respondas que ya está todo perdonado y enterrado en el pasado...y yo sepa que, lo que en realidad deseas desterrar, es a mí y a todo el dolor que sigo implicando. 

Tal vez nunca lo sepas...pero nada me destroza en tantos pedazos, al punto de no poder reconstruirme,  como la consciencia de que mi nombre sigue siendo una herida abierta para ti. 





Lo más preciado que tengo

Te amo con la verdad que arde,  con la llama que aún no aprende a pedir permiso.  Siempre atesoraré lo que vivimos. El primer beso que te dí...