Yo fui la tormenta que no supo pedir tregua, la que eligió el silencio cuando el grito habría bastado, la que se escondió en otros brazos creyendo que el dolor se disuelve con deseo. Y tú, sin saberlo, fuiste testigo de mi ruina, y quizás también de mi renacimiento.
Anoche soñé contigo. Llegabas a mi cumpleaños como quien llega a un templo, me abrazabas con sinceridad, y colocabas sobre mi cabeza una corona de metal tibio, como si dijeras: aun en tu caída, mereces belleza. Yo lloraba, y entre lágrimas te miraba, mujer que yo también quiero ser: fuerte sin dureza, firme sin violencia, capaz de perdonar sin olvidar.
Quise escribirte esta nota en ese sueño, pero mis manos eran agua, y tú ya te habías ido.
Gracias por alumbrar al sol apagado, por por tu silencio que no juzgó mis errores.
Te admiro, Kathy...por la mujer que fuiste en los peores momentos y en la que te has convertido en tus mejores.
Y aunque nunca leas esto, deseo que el mundo te abrace como tú me abrazaste en el sueño: con respeto, con temblor, con verdad.
Te escribo aunque ya sea demasiado tarde...aunque sé que las disculpas debí dártelas desde que vi sangrar las heridas que te causé; te escribo, aunque nunca debí lastimarte de tal manera, para empezar...y aunque lo más seguro es que mis palabras no lleguen a ti.

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