Manos temblorosas rompieron la copa. El vino corrió por mi vestido, que nunca pudo ser blanco: una constelación roja que no se borra.
Mi cuerpo no fue mío desde el principio; me lo arrebataron antes de saber nombrarlo.
El sueño ya había sido interrumpido, fue semilla sin estación.
Extiendo los brazos y no te alcanzo.
Lo siento: mis alas están rotas.
Soy la sombra de Ícaro que ni siquiera logró despegar los pies del suelo. Perdóname, Sol.
Soy la Ícaro que ardió en mil llamas por jugar con fuego... de mí sólo quedan ya cenizas. Cenizas de una semilla que nunca pudo abrir, cenizas que marcan en la piel la profecía que no puede cambiarse por ser autocumplida.
Lo siento, yo sí quería amarte.
Lo siento, sí te amo... pero no sé amar.
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