Te amo con la verdad que arde,
con la llama que aún no aprende a pedir permiso.
Siempre atesoraré lo que vivimos.
El primer beso que te dí en la mejilla venciendo mis miedos,
y el primero que tú me diste en los labios venciendo los tuyos.
La noche en la que me describiste las estrellas
y la noche en la que te juré con la Luna de testigo
recordarte hasta el último día de mi vida.
Las calles que recorrimos y que hicimos nuestras con nuestras risas,
el mundo que hicimos nuestro y que iluminamos
con el amor que irradiábamos a quién más lo necesitaba.
La escuela con sus gradas, sus pupitres, y sus pasillos
que hicimos nuestra con nuestros propios aprendizajes.
Los parques, sus arboles, sus patos y su río
en los que nuestra inocencia se transformó.
Mi cuerpo y tu cuerpo uniéndose con miedo de dejar de ser individuos,
tus cicatrices y mis cicatrices chocando en un intento de curarse,
tus miedos y mis miedos en un intento de entenderse.
Todo lo que tu amor sagrado hizo de mí,
toda la bondad que despertaste en mí.
No quiero lastimarme ni lastimarte,
todo lo que quiero es amarte como lo necesitas
sin dejar de amarme,
ser tuya en cuerpo y en alma
sin perder mi voz en un eco que no me pertenece.
Olvidarte es lo último que quiero hacer.
Tu recuerdo es lo más preciado que tengo.
En el bosque de mi memoria
siempre seguirás echando raíces y brotando flores.
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