Así como tus flores siempre fueron tuyas, mis palabras son mías desde la mayúscula hasta el punto final.
Hay orgullo desbordante donde hay verdad, donde hay realidad…así
que me perdono poco a poco por dejar morir tus flores, y te perdonaré si dejas que mis
palabras sean desdibujadas del papel con el paso del tiempo. De mi memoria y de
mi alma nunca serán marchitadas ni borradas.
Siempre que mire al cielo sabré que tú me hiciste darme
cuenta de que era estrella…por las buenas y por las malas me lo hiciste saber bien.
Siempre recordaré que, cuando mis ojos no podían ver entre
las lágrimas, describiste la luna para mí. Y bajo el cobijo de esa luna muchos mañanas
después te prometí jamás olvidarte: una promesa que mantendré hasta que mi alma
se apague por completo.
En cada amanecer que me encuentra despeinada, imperfecta,
libre, aprendiendo… hay un rincón secreto donde tu recuerdo florece, y sigue
siendo mi maestro.
Mi amor por ti es un río que no se seca porque es su cauce
lo que le da un sentido al tiempo. Si alguna vez tu amor sopla como viento, dará fuerza a ese río, para que las piedras sigan rodando y en algún momento se encuentren.
Pase lo que pase, seguiré siendo agua: fluyendo, congelándome,
derritiéndome, evaporándome…siempre en ciclo, porque la vida es eso.
Seguiré siendo horizonte que no necesita al sol para ser horizonte,
aún sabiendo que es más bonito con sus colores vistiéndolo.
Y si alguna vez levantas la mirada hacia el cielo, me verás
siendo esa estrella pequeña, difícil de ubicar, pero encendida, siempre
encendida para los ojos que miren cuidosamente.
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