Es cierto:
tú quitaste la nieve de mis hojas
cuando el invierno arreció sin tregua,
y evaporaste la lluvia que me ahogaba
en una primavera que no sabía florecer.
Pero las raíces que se aferraron bajo tierra,
las ramas que no se quebraron,
y los brotes que se atrevieron a nacer
—valientes, tenaces—son míos.
Sobreviví,
incluso cuando creí que no volverías jamás.
Crecí desde la grieta,
abrazando el eco de lo que no volvió,
como si fuera mi canto propio.
Y hoy no soy eco, ni espera callada:
soy brote que en su canto florece,
presencia que ama y no desaparece.
Convierto el abandono
en abono sagrado.
Así que no me uses como refugio temporal
si no sabes quedarte a construir hogar.
Aún cuando el dolor de tu ausencia no termina
decido volver a empezar.

No hay comentarios:
Publicar un comentario