Una vez te dije que eras mi amarillo, pero en realidad fuiste mi gris: trajiste un profundo dolor a mi vida. Te dije adiós demasiado tarde, sin explicarte mis razones... tenía la esperanza de que ya las conocieras. Asesiné a un ángel sólo para agradarte en sacrificio, y, siete años después, aún flotan a mi alrededor sus blancas plumas manchadas de sangre. También maté partes de mí con la esperanza de serte menos desagradable, pero, por supuesto, no bastó para que pudiera gustarte.
No era tu responsabilidad amarme de vuelta. Es verdad que "si lo forzas, se marchita; sin tener principio, llega a su final". Pero tú sabías que no podrías sentir lo mismo por mí ¿Por qué usarme? Sabías que me bastaría con un espejismo para seguirte. Usaste mi amor para intentar cubrir todo el odio que sentías por ti mismo en secreto.
Tan sólo una vez fuiste sincero: me dijiste que no dejara caer todo el universo de amor que él había depositado en mis manos. Pero, de todas maneras, aprovechaste que yo estaba hechizada con melodías. Me usaste para crearte un reflejo irreal.
Con tu odio, me hiciste odiarme. Quería arrancarme el rostro, ser otra persona. Maté de hambre a mi cuerpo para no estorbarte, para caber en tu corazón. ¿Aún no te das cuenta de que me llamaste exceso, cuando yo, por ti, estuve disminuida?
Agradezco no tener que volver a verte nunca más. Ya es suficiente con toda la sangre en mis manos, que sigue igual de fresca que aquel día, y que no puedo lavar ni con todas las lágrimas del mundo.

No hay comentarios:
Publicar un comentario