viernes, 11 de abril de 2025

De plastilina

Recuerdo la libertad que sentía al jugar en el lodo con mis primos, como si romper las reglas de mis padres fuera liberar al mundo de su mayor esclavitud. Cada risa tenía el poder de aligerar incluso el peor de los regaños.
Es imposible no sentir nostalgia por la infancia, cuando todo era más sencillo. Solía sonreír con facilidad y disfrutar el más mínimo estímulo de mi entorno. En aquellos días, estar rodeada de personas me llenaba de energía... hoy, en cambio, me siento vulnerable.
Enamorarme era un escape perfecto de los problemas en casa. Bastaba con garabatear corazones y un nombre en los márgenes de mi libreta para que el mundo a mi alrededor se llenara de colores vibrantes. Fue así como descubrí que la pluma podía crear magia. El amor era una fragancia inocente que brotaba, una burbuja que nos envolvía y nos elevaba a mi amado y a mí, manteniéndonos a salvo del horror de la ciudad.
Echo de menos los días en que mi hermana era mi mejor amiga, mi compañera en las buenas y en las malas. Hoy me culpa por los errores que cometí cuando aún era una niña y me reprocha no haber estado para protegerla de los monstruos, aunque yo también estaba aterrorizada. De un día para otro, dejó de ser un perrito de felpa y se convirtió en una muñeca de porcelana rota y manchada; cada vez que intento levantarla, corta mis manos.
Con los años, mi mamá dejó de ser un ángel para convertirse en una mujer llena de defectos, marcada por contradicciones. Una Eva que se condenó y nos arrastró con ella. Mi papá, por su parte, pasó de ser un dibujo inconcluso a un fantasma que me atormenta con el arrastre de sus cadenas... daría lo que fuera por desterrarlo y dejarlo atrás.

¿Y yo? ¿Yo qué soy? Creí que era una hoja en blanco, un espacio vacío que solo reflejaba la ausencia. Después descubrí que era un lienzo lleno de pinceladas, rayones y tachaduras hechos por todas las personas que pasaron junto a mí. Hoy puedo distinguir las líneas que quiero conservar y las que trazan caminos que ya no quiero seguir...pero ya no quiero ser unidimensional, quiero tener un cuerpo, unas manos para crear, unas piernas para ir a donde yo quiera, un corazón de plastilina que pueda estirarse y acomodarse en cualquier espacio. 

Aunque me siento herida, atormentada, condenada...sé que soy más que esto: sé que puedo ser más de lo he sido. Quizás, incluso, pueda extender una mano comprensiva y amorosa a la niña curiosa que habita en Eva, a la ceramista dentro de la muñeca rota, al joven libre atrapado en el fantasma encadenado. Mi hogar está hecho pedazos; entre los cuatro que lo habitamos, lo destruimos desde adentro. Pero sé que, con paciencia, podré recoger los fragmentos. Con plastilina, formaré una nueva casa—una que ya no esté embrujada, sino viva y luminosa. 


 

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