Tú sólo tienes padre; yo, madre. Venimos huyendo de los bombardeos, las metrallas, los gritos y sombrerazos. Nos tropezamos el uno con el otro durante la protesta.
"Ánimo, camarada: la guerra civil no está perdida" te dije, sabiendo en el fondo, que te mentía. Viniendo de regímenes casi franquistas, no había mucho por hacer...así que sólo dejé que apoyaras tu cabeza en mi pecho, aunque fuera igual de pequeño que el tuyo, y entoné una nana con mi voz de niña.
Mi inocencia te hacía reír, pero mi llanto te paralizaba..."¿Qué puedo hacer?" Te enredaste en mi cabello y apretujaste mi nariz contra tu nariz. "¿Qué es esto?" "¿Esto? Esto es un beso".
Seguimos entonando cánticos de lucha, nos convertimos cada vez más en camaradas...pero las bombas no dejaron de caer sobre nuestras cabezas, las metrallas continuaron escupiendo fuego, y nosotros no teníamos ni un triste revólver para defendernos. Tus brazos no eran lo suficientemente fuertes para seguir siendo mi bastión, mis canciones de cuna fueron acalladas por los rugidos de los cañones.
Soltaste mi mano, rompí en llanto: "No me dejes sola". Adiós a la esperanza, a los himnos, sólo resonaron elegías...Colocaste alrededor de mi cuello un medallón con la falsa promesa de reencontrarnos en la frontera.
Perdona mis lágrimas, perdona mi ira...aquí estoy ahora, refugiada en el extranjero, y puedo comprender que mentirme y separarnos era la única forma de salvar nuestras vidas. Veo tu medallón y pienso: gracias por tu recuerdo, un refugio aún fuera de nuestras trincheras.

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