Recuerdo, luego existo. Sobrevivo a base de recuerdos y por la esperanza de un reencuentro cuando toda esta guerra ilógica termine. Me mantiene con vida el amor de mi amado, que fue tan vasto y tan pleno que me alcanza a través del paso del tiempo y aún contra la distancia.
Me molesta lo tonto de las preguntas que me hago a mí misma… como: ¿le seguiré gustando así de flacucha, sin mi cabello, que tanto él elogiaba? Cuando me raparon, me sentí más desnuda, más expuesta y más vulnerable que cuando el soldado se apropió de mi cuerpo. Aún no lo nombro en voz alta. Muchas de nosotras no lo hacemos. Algunas por miedo, otras porque hemos aprendido a sobrevivir también en el silencio.
Perdí las hebras que trenzaban mis memorias...recuerdos de mi abuela acariciándome la cabeza, de mi madre peinándome para el colegio, una escuela hebrea donde recitábamos el Alef-Bet al iniciar el día, donde nos enseñaban no sólo aritmética, sino también a bendecir el pan, a escribir con cuidado nuestros nombres en hebreo. Mi madre me colocaba un lazo azul en el cabello, decía que el azul era el color de la fe. Quisiera tener un lazo azul aquí al que aferrarme.
Y también están los recuerdos de mi amado, colocándome el cabello detrás de la oreja para darme un beso, despeinándome sólo con el afán de hacerme enojar. Cuando me raparon, sentí que me arrancaban no sólo mi cuerpo, sino también los momentos más hermosos de mi vida.
Caí en cuenta de dónde estaba realmente: enjaulada a kilómetros de mi hogar, destinada a sentir el hambre quemándome la garganta y a ver a mi madre trabajar a marchas forzadas, muerta de cansancio y con heridas que no sólo duelen en la carne, sino más allá, en la dignidad.
Lo que más me enoja es que, cuando los nacionalsocialistas llegaron, no creí que fueran tan malvados como decían. Yo vi la bondad en uno de ellos, defendiendo a uno de nuestros niños. Fue un gesto breve, casi humano, y quise creer. Creí que había suficiente bondad como para que se transformara en la fuerza que rompería los hilos de esclavitud que sujeta aquel titiritero loco. Me equivoqué. No era compasión, era cálculo. No van a cambiar.
Hoy sólo tengo fe en que alguien, quien sea, termine todo esto, para que podamos salvarnos a nosotros mismos, como lo hemos hecho tantas veces en la historia.
Antes de dormir, murmuro una plegaria rota a Yahvé. No recuerdo toda la oración, pero sus palabras aún abrigan mi alma:“Adonai, escóndeme bajo Tu sombra, líbrame de la espada cruel, guarda mis huesos y los de mi madre, hasta que la justicia vuelva a caminar entre los hombres.”

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