Andra se dejó caer sobre sus rodillas con el casco empañado por el sudor y las lágrimas. El sueño había terminado hace mucho, pero aferrada a su esperanza de que fuera real, apenas podía empezar a abrir los ojos. La luz era cálida, pero cegadora...implicaba enfrentarse a tantas, tantas cosas.
Al tanque de oxígeno le quedaban, por mucho, un par de días. No había muchas opciones: inciso a, recostarse en la arena y esperar a que la cubriera por completo con la próxima tormenta...dejar la arena filtrarse dentro del casco, dentro de los pulmones; inciso b, quitarse el casco y ahogarse en el nitrógeno.
El final era ahogarse, sí o sí...Kath no le había dado otra oportunidad: le había prometido una vida que nunca podría vivirse, le había dado esperanza sólo para arrebatársela un segundo después. ¿Cómo había podido ser tan estúpida, tan soñadora, tan niña...después de todo lo que había pasado? ¿Acaso no era una superviviente, una guerrera? ¿Acaso no era hija de los líderes de la guerra civil? ¿Qué había tenido en la cabeza al seguir a Kath al fin del mundo?
Oscuridad, sombras. Se respondió.
Sombras, que por un instante huyeron ante la pequeñita, enclenque luz de la fe. Había visto un fuego tan ardiente en los ojos de Kath, que creyó que podría arrasar con toda la oscuridad, que podría salvarla, salvarlas a ambas. Pero ella tenía otro plan, otro objetivo...alcanzar un espejismo que sólo calmaría su propia mente...Andra nunca fue realmente parte del sueño. Daba igual llegar a la meta con o sin ella, lo que importaba era llegar.
Andra se arrancó el casco con toda la fuerza de su ira, desgarrando de paso su traje. Y corrió, corrió con todas sus fuerzas, sin rumbo. Rodó sobre la arena, sintió su suavidad y aspereza al caer. Dejó que una lágrima, lo más seguro es que la última de su vida, rodara por sus mejillas, y para secarla, levantó una mano, esparciendo la arena hacia arriba. Al descubierto quedó una flor, diminuta, de textura pegajosa. Andra la acercó a su rostro y
respiró.
Por primera vez en su vida, respiró.
Respiró libre, sin la pecera claustrofobica que era el casco, sin el pulmón de hierro pesado que era el tanque de oxígeno...sino con sus verdaderos pulmones carnosos, constelados de caminos de sangre.
Andra soltó una carcajada que le brotó ríos de lágrimas, que le llenó el pecho de aire. Y gritó hacia adentro, hacia quién sí la estaba escuchando:
Esto es la vida. No las promesas inmateriales de Kath, no la vida en el subterráneo y los laboratorios.
Esto de grande, de asombroso, de absurdo...es la vida.