domingo, 5 de enero de 2025

Lady Macbeth

No hay cadenas más pesadas que las de la culpa, especialmente cuando provienen de haber cometido una verdadera injusticia. Te atan eternamente a un instante de agonía, a donde la anhedonia llega a anidar siempre.
Vives entre las sombras de tus propios actos monstruosos, temes de quien te devuelve la mirada en los reflejos. 
Sientes los azotes en la espalda, en las corvas...pero el látigo nunca llega a tocar tu piel. 
Escuchas las campana resonando dentro de tu cabeza sin piedad, porque esperas la sentencia, pero ésta nunca llega.
La Inquisición llama a tu puerta, la aporrea con toquidos, y esa es tu mayor tortura: no entra, está esperando a que tú misma te autoinflingas el agravio.
Caminas sonámbula dentro de cuatro paredes, porque el plácido sueño ya no regresa. No existe descanso alguno.
Obsequias caricias en busca de amor y compasión, pero apartas tus manos cuando descubres que tus manos han dejado los rostros ensangrentados. 
Ni siquiera el Señor puede lavar tus errores, borrar tus erróneas pisadas, pues cuando él te mira también entra en negación: se sumerge contigo en la desesperanza.
Es casi imposible retornar el buen camino, tus pies siguen enredados con la telaraña en la que caíste, y sigues dando traspiés.
El alivio nunca termina de germinar, aún si ya recibiste el perdón del ser amado, dañado...pues aún puedes percibir la flecha enterrada entre sus omóplatos cuando le abrazas.
La culpa es un candado oxidado, imposible de abrirse, que te encierra en un pretérito escrito con fuego. Es un candado que te enjaula para que te asfixies con el humo de la hoguera que tú comenzaste. 
  
 

 



 

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