No soy la misma persona desde tu llegada, y mucho menos desde tu partida. Quisiera que al menos el recuerdo de nuestros juegos juntas y de tu alegría desbordante del día que te conocí, fuera más nítido que la imagen de tu cuerpo inerte en mis brazos.
Sé que pude haber hecho más por ti desde el día uno hasta el día cero. Debí dormir todas las noches a tu lado en el suelo, debí acariciar tu cabeza hasta que te llegara la calma y el sueño en medio de toda tu confusión. Debí de llevarte más al bosque a que corrieras, cuando aún tenías fuerza para hacerlo; y a oler la hierba cuando tu olfato aún no fallaba. Debí quedarme tardes enteras a rascarte el lomito y la tripa, porque barriga no tuviste ni siquiera en tus mejores días.
Hoy ya no estás. Ya no hay tiempo para sostenerte contra mi pecho, para jugar con tus orejas, para hacerte cosquillas en las huellitas. Hoy ya no estás, sacándome risas en medio del llanto en mis peores días, dándome una razón para levantarme todos los días.
Hoy vuelvo a preguntarme si hice lo correcto al dejarte ir. Entonces recuerdo tu mirada aquella tarde, tus ojitos cafés, casi negros, diciéndome que estabas muy cansada ya como para seguir. Y me queda sólo esperar que estés dónde estés, aquí o allá, me perdones por el miedo que sentiste con ese pinchazo, por todo el amor que me diste y que no alcancé a regresarte en la misma medida a causa de mi inmadurez, mi egoísmo...mi negación, creyendo que lo estaba haciendo todo muy bien contigo. Perdóname, mi pequeña.
Hoy sólo me queda darte las gracias una y otra vez, por tu amor eterno e incondicional; por seguir conmigo, aunque estés a la vez
aquí y allá.

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