jueves, 20 de octubre de 2022

Luz


 Siempre busqué desesperadamente la luz…estaba ávida por sentir su calor. 

Me enamoré del sol. En primavera, él me acarició con ternura e hizo florecer un jardín entero sólo para mí…pero, después entré en un invierno interminable, lejos de su alcance. 

Deambulé en el frío desolador, lejos de mi menospreciado y dulce astro. Deambulé, hasta que vi un luminoso faro y me obsesioné en alcanzarlo. Crucé el océano bravío, que intentó ahogarme entre sus manos cientos de veces, y llegué cuando ya estaba a punto de desfallecer. Mi gran desilusión: era sólo una luz artificial.

Aún no es demasiado tarde, me dije, y emprendí el vuelo hacia mi sol nuevamente, quien con su amor secó mis alas empapadas. Me sentí a salvo, creí que el invierno jamás volvería a perturbarnos.

Pero las estaciones avanzaron, llegó el otoño y todas nuestras flores perdieron sus pétalos. Mi sol se había marchado, el cielo estaba gris…así que me fui, quería calor y colores vibrantes. 

Apenas me alejé del jardín, escuché una misteriosa e hipnotizante melodía. Cuando me acerqué, descubrí que era fuego crepitante. El fuego danzó y con sus llamas mostró sublimes flores…no pude resistirme, intenté cerrar mis dedos en torno a ellas. El humo me asfixiaba, nublaba mi vista…al final, fueron sus llamas las que calcinaron mis alas.

No morí del todo. Una tormenta se desató: la lluvia apagó el fuego, y el viento se llevó las cenizas que quedaban de mí entre los rescoldos. Cuando el cielo quedó limpio, descubrí que me equivoqué: el sol nunca se fue, sólo había quedado oculto entre las nubes.  

Ahora estoy en todas partes, vuelo por doquier sin que mis alas se cansen. Sé que pronto renaceré, esta vez no en una polilla…sino en una mariposa diurna ávida por conocer el mundo, con la luz acompañándome, sin cegarme nunca más…porque la amaré sin necesitarla.

Seguiré al sol en su trayectoria, aceptando que no existe sólo para iluminarme.


¿Y si la muerte hiciera huelga?

 



“Abrió los ojos de repente antes de que sonase la última campanada del reloj de la torre, como si se hubiese arrepentido del paso que iba a dar, y no murió” en las Intermitencias de la muerte de José Saramago, estas palabras las interpretan los medios de forma literal, así que los habitantes de una nación anónima asumen que la ausencia de defunciones se debe a que las personas se niegan a morir. En realidad, no ha triunfado la voluntad humana por aferrarse a la vida: la muerte, harta de que su labor sea menospreciada, está en huelga.

Lo que seguramente todos los seres humanos hemos imaginado como una utopía, muestra su verdadera cara en esta novela-ensayo del incansable escritor portugués. Inicialmente los ciudadanos se alegran, un fervor patriótico inunda las calles ante la idea de que es el pueblo elegido. Sin embargo, los problemas no tardan en aparecer: los asilos y los hospitales no se dan abasto; los seguros de vida y sus clientes no se ponen de acuerdo; el gremio funerario propone enterrar animales para no irse a la quiebra; la Iglesia pierde toda credibilidad; el gobierno se alía con la Maphia para trasladar a los enfermos terminales a las fronteras, donde sí puedan morir, provocando el disgusto de los países vecinos.

Saramago disfraza esta historia de distopía para criticar la hipocresía de las instituciones, incluyendo a la familia, especialmente por relegar en el olvido y el abandono a los adultos de la tercera edad. Invita al lector a reflexionar sobre lo irracional que es el anhelo humano de alcanzar la inmortalidad. Nos invita a aceptar a la muerte con todas sus implicaciones, sin atribuirle un carácter maligno.

La muerte es un proceso complejo, que experimentamos de forma individual, y a la vez, cultural. Este artículo podría ser de extensión infinita intentando llegar a una conclusión, pero ni siquiera Saramago tuvo esas intenciones. Mediante de las cavilaciones de filósofos y religiosos, el autor no pretende predicar ninguna verdad absoluta.  Las Intermitencias de la muerte de José Saramago no es un manual para la buena vida o la digna muerte, es una invitación a repensar este fenómeno inherente al tiempo.

Lo más preciado que tengo

Te amo con la verdad que arde,  con la llama que aún no aprende a pedir permiso.  Siempre atesoraré lo que vivimos. El primer beso que te dí...