Todas las tardes salgo del trabajo y regreso a casa caminando: puedo observar las flores en las jardineras, los vendedores en sus mostradores, los exhaustos trabajando en los semáforos, los perros callejeros vagando...todo lo observo con el mismo asombro, como si fuera la primera vez.
A simple vista nada cambia demasiado, pero a "ojo de buen cubero" uno nota que las flores crecieron o se marchitaron...o incluso alguien las cortó, seguramente un enamorado con intrepidez para su amada; los vendedores están viendo algo diferente en la televisión, o limpian con un trapo de distinto color su mostrador; los perros callejeros se han vuelto más confiados o más rabiosos...
Sí, todo cambia.
Me aferro lo más que puedo al presente, porque sé que son momentos que se irán para no regresar, son recuerdos que quizás mi cerebro no almacenará al tacharlos de cotidianos, de intrascendentes. La vida tuvo que enseñarme con los peores varazos para darme cuenta de que esos momentos son los que más importan: tuve que perder dos amores irreemplazables para entenderlo.
Camino con firmeza, sin miedo a que mis zapatos hagan mucho ruido, pero no porque quiera ser vista, ya ni siquiera es tan importante que el mundo sepa que estuve aquí un ratito; camino así porque quisiera de alguna forma anclarme: la vida va demasiado rápido y yo gateé dos décadas, aprendí a andar demasiado tarde. Ya me salió mi primer cana, pero yo sigo sembrando errores. Ya lloré mares, pero sigo sin saber cómo ser la salvavidas de los demás. Ya naufragué a varias islas, pero sigo sin querer estar sola.
Alguien me enseñó que la cima no es lo importante, sino la escalada. Pero tengo miedo de no estar escalando en la dirección correcta. Estoy viviendo, estoy creciendo, estoy aprendiendo: ¿Entonces por qué no estoy creando nuevos recuerdos? ¿Por qué en mi identidad y en mi realidad siguen pesando tanto el pasado, las heridas que ya cicatrizaron, los amigos que ya se marcharon?
No me quiten el hoy, que nadie arranque las hojas del calendario, que se detengan en el aire las gotas de lluvia: mi vida está pasando delante de mis ojos todos los días sin que yo pueda evitarlo.
Los fantasmas buscarán nuevas casas en las que asustar dejando la que habitan más sola, triste, vacía. Los árboles se marchitarán porque ya se habrán cansado de haber dado sombra a otros por lo que pareció casi una eternidad.
Ya no suplico por amor, sé valorarlo ahora que lo tengo. Sé mirar más allá de mi nariz y sin anhelar el horizonte para apreciar a quien está a mi lado. Pero no tengo la sabiduría para conservar lo bueno.
Tantas arrugas y tantas cicatrices...tantas lágrimas ¿Para qué? Sigo siendo la misma necia de siempre, la misma olvidadiza que no sabe perder, que no puede perder...pero que al despertar, ya estará en un lugar nuevo, con nuevas personas, con nuevos retos. La única constante son los malditos miedos.

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