La calle huele distinto los domingos por la noche: a emprendimientos frustrados, o a un aletargamiento agradable, tras una cena abundante.
Huele a un insomnio iracundo, a una desesperanza resignada, o por el contrario, a anhelos volátiles.
No hay autos de alma joven y música estrambótica, tampoco resoplidos post laborales con sus respectivos crujidos de espalda. No: sólo hay personas saciadas de descanso y compañía.
Por encima de las noches de viernes, yo prefiero las de domingo, por su festiva calma.
Las prefiero porque se sienten como el preámbulo a un amanecer tímido, como una oportunidad, que si bien no es nueva, no deja de ser eso: una valiosa oportunidad.
Prefiero las noches de domingo, como prefiero la laxitud muscular, por encima del mismo orgasmo; la distensión del abdomen, por encima del festín; el retorno al hogar, por encima de la aventura.
El mundo es vasto; la vida, corta. Pero te prefiero a ti, mi amor de antaño. Con tus besos sabor a pretérito y tus caricias cada vez menos trémulas...con promesas que no se renuevan en esencia ni en sintaxis, y con el rescoldo que me permite anidarme en tu pecho.
Quizás sobra decirlo, mi amor...pero las noches de domingo son mi adoración al estar impregnadas de tu magia cotidiana.
